Thráin XVI, rey de los enanos de las Colinas de Hierro, allá a mediados de la Sexta o Séptima Edad del Sol, se encontró durante su mandato con un gran problema. En realidad, con dos grandes problemas.

El primero de ellos era que las vetas de mineral de su reino subterráneo se habían agotado con el sucederse de generaciones y generaciones de esforzados y eficientes mineros enanos. Tras muchos siglos de picar y cavar profundo los habitantes de las Colinas de Hierro se hallaban entonces en la lastimosa situación de no poder seguir trabajando en sus ancestrales oficios. Silenciosas las galerías, secas las fundiciones, mudas las fraguas sin el hierro que les daba la vida todos los enanos se encontraban sin trabajo y sin futuro.

El otro gran problema, no menor que el anterior, era que, precisamente debido a la secular labor minera que en aquellos lugares se había realizado desde antaño, se produjo lo que los expertos economistas llaman "externalidades negativas" o "efectos no deseados" y que el vulgo da en decir "metedura de pata a largo plazo".

En efecto, la constante extracción de grandes cantidades de hierro había conllevado consigo el sacar de las entrañas de Arda similar volumen de materiales no aprovechables: minerales sin valor, detritos y, sobre todo, mucha, mucha tierra. Los antepasados de Thráin XVI, soberano del lugar, se habían limitado a acumular todos aquellos desperdicios en un lugar concreto. Por eso ahora el rey, cada vez que se asomaba al labrado balcón de sus aposentos abierto casi en la cúspide de la mayor de las Colinas de Hierro sin hierro, en vez de contemplar el horizonte solo podía ver el gigantesco terraplén de deshechos minerales formado por años de acumulación, desidia y falta de reciclaje. Era enorme, tan alto como las propias colinas, y su utilidad era totalmente nula. Aquella mole no era una simple concentración de escoria, era La Escoria y con ese nombre paso a la posteridad.

"El día menos pensado", decían los pesimistas del lugar, "se precipitara sobre nosotros y nos enterrará vivos".

Se planteaba un grave dilema entre los habitantes del lugar: permanecer inactivos en las Colinas y correr el riesgo de ser sepultados o emigrar forzosamente y pedir acomodo a sus parientes de Erebor. El buen rey Thráin XVI se mesaba las luengas barbas, meditabundo, cavilando que hacer.

En aquella misma época Tar-Karolis III, de la Segunda Dinastía de Númenor, monarca protector de las Artes y las Ciencias, había logrado al fin cumplir el mayor de sus proyectos, que no era otro que el de hacer resurgir la tierra de sus ancestros. No literalmente, desde luego, aunque bastante cerca de ello. Volver a redescubrir el esplendor del pasado, renacer el conocimiento y los saberes antiguos fueron los motores de su tarea. En medio del Belegaer, asentada sobre gruesos pilones que hundían sus raíces en las tierras anegadas de la isla original, se eregian las diversas plataformas que conformaban Ciudad Númenor y sobre ellas se sostenían los recintos y edificios de su Universidad, centro de la cultura, capital de la investigación. Allí se estudiaba, allí se pretendía saber, allí se quería conocer. Activas clases, importantes congresos, graves exposiciones, profundos debates animaban la ciudad nueve meses al año. Solo nueve, porque el resto, sin incluir las fiestas de guardar, correspondían al periodo de vacaciones de verano, periodo en el cual, maestros y estudiantes, se iban unos por un lado y otros por otro y nadie volvía abrir un libro hasta el retorno a las clases.

--¡Estoy harto de aprender!

Sin embargo, pensando en completar la formación del alumnado, el ilustrado monarca númenoréano determinó que estos meses de ocio también debían ser ocupados en la profundización del conocimiento, aunque de una manera mas flexible y abierta. Debían acercarse maestro y pupilo en un entorno distendido, lejos de rigideces y formalidades académicas, de forma que la transmisión de las ideas se lograse sin agobios y alcanzase perspectivas de saber nuevas y diferentes.

--Veo tus treinta, y pongo otros treinta mas.

--No voy.

Fue por eso que Tar-Karolis III, Rey de la Segunda Dinastía decreto que fuesen creados los Cursos de Verano de la Universidad Autónoma de Númenor y que en ellos se impartiesen enseñanzas que combinasen el interés con el entretenimiento, concentrándose en materias especificas y temas concretos que no pudieran ser dados normalmente en las clases lectivas.

--¿Alguien tiene un programa de actividades?

Pensando en el emplazamiento adecuado en donde deberían celebrarse estas reuniones extra-académicas, lejos de los habituales campus y facultades en un entorno novedoso y atractivo, dio el monarca númenoréano con el lugar ideal para ello. Y libro a Thráin XVI de sus dos mayores preocupaciones en esta vida. El primer rey le compro al segundo los terrenos de aquella mole detrítica y además le encargó a los enanos los trabajos de edificación y mantenimiento. El futuro de los habitantes de las Colinas de Hierro quedaba así asegurado.

--Lo digo y lo repito, ¡estoy harto de aprender!

--No grites tanto, que no oigo mis pensamientos. ¿Donde me había quedado? Ah, sí. Veo mi escalera de copas: as, sota, caballo y rey. ¡Toma

ya! Esta ronda es mía.

--De eso nada, manzana pelada. Envido y pongo mi full de oros.

--¡Las cuarenta! ¡Cuatro reyes! ¡Todo para mí! -una mano barrio la humilde carpeta que servia de tablero de juego y recogió cuantas monedas allí había enterradas por las cartas de la baraja-. Amigos y amigas, encantado de volver a desplumaros jugando al Musker.

El Tahúr, pésimo estudiante, excelente jugador, no cejaba en su vicio favorito ni siquiera durante las vacaciones. Y menos aun si ademas se tenía que matar el tiempo de alguna forma mientras todos esperaban a que comenzase el acto inaugural. El forum principal en el que se encontraban sentados -semioval graderío de amplia cúpula, ruido constante de conversaciones, rumor del aire acondicionado- era la mayor de las salas en las que se celebraban los archiconocidos Cursos de Verano de la Escoria. Todos los inscritos en ellos, estudiantina multitud salpicada aquí y allá por algún profesor, se encontraban allí reunidos para la primera conferencia.

--Que tío, cuatro reyes en una sola mano.

--No entiendo -insistía machaconamente el estudiante situado en la fila de asientos siguiente a la de la timba de Musker, un poco mas baja para permitir la visión de los de arriba- por qué si ya han terminado los exámenes debemos seguir chupando cultura como si fuéramos esponjas. ¡Con lo bien que estaría en la piscina!

--Un momento. Si yo robe un rey y tu otro ¿de donde saco él cuatro reyes?

--El saber no ocupa etcétera, etcétera -recito el Tahúr, sabiduría antigua y proverbial-. De todos modos, ¿que haces tu aquí si esto no es obligatorio?

--Hace lo mismo que la mitad de los que abarrotamos la sala: conseguir un diploma para que figure luego en el curriculum. Y a propósito ¿alguno tiene un programa de las actividades? -preguntó otra vez la chica sentada en la fila superior a la de los impenitentes jugadores de Musker. Uno de estos le tendió la hoja con los actos y conferencias a celebrar durante la semana.

--¡Uff!. No había visto a tanta gente reunida desde el ultimo concierto de los OrcoPaz -se admiro uno de los compañeros de el Tahúr, llamado el Notas, mientras giraba la cabeza de un lado a otro ojeando el grandioso forum-, ¿o fue de Mithriallica? Debió ser de Mithriallica, porque no paramos de arrojarles botellas al escenario. Pero no veo por ningún lado al estudiante de intercambios, aquel que era tan simpático, ya sabéis. Lleva casi tanto tiempo desaparecido como el profe Retuerce.

Mientras tanto, la estudiante releía los títulos que encabezaban las ponencias de aquel día.

--"Comprender a Cioran a través de <<Parque Jurásico>>", "Filosofía baja en calorías", "Semiótica de los monólogos internos de Spiderman". ¿Pero qué clase de programa es éste? Eh, ¿por qué os habéis puesto las gafas de sol aquí dentro?

--Ahora verás -le contestaron casi a coro los muskeros.

--Shhh, que ya empieza -advirtió otro.

Comenzaba el espectáculo. Se hizo la oscuridad y el silencio en la sala mientras una voz a través de la megafonía comenzó a decir:

"Damas y caballeros, estudiantes todos. La universidad Autónoma de Numenorrrrr tiene el placer de presentar aquí y ahora, en rrrrriguroso directo, el acto inagural de los Cursos de Verano de la Escoria. Y para ello contamos con una figura excepcional. Con vosotroooooooos el único, el inigualable, el incrrrreible profesor Fernando Savaterrrrrrrrr."

Estallidos lumínicos. Cámaras y fotógrafos, flases. Del techo salieron despedidos haces de rayos láser y focos de brillantes colores que apuntaron directamente a una mesa situado en el extremo del semioval forum. Entonces, un círculo de luz envolvió a un pequeño hombrecillo de barba entrecana que salió por el lado derecho del estrado y lo siguió hasta que se sentó tras la mesa, al tiempo que el público gritaba:

--¡¡Sa-va-ter, Sa-va-ter, Uh uh uh!!

--Vaya, hoy lleva una discreta camisa de manga corta ¿significa que su conferencia será mas seria esta vez? -dijo el Notas.

--En todo caso será una conferencia sólo un poco menos divertida -replicó a su vez el Tahúr.

Así era. El carismático filósofo massmediatico iba esta vez ataviado con una sencilla camisa de discreto diseño hawaiano y psicodélicos colores que refractaban la luz de los focos de un modo menos intenso de lo habitual. En todo caso, quienes tuvieron la preocupación de llevar puestas las gafas de sol se libraron de ser sometidos a un ataque de daltonismo colectivo. Sin embargo, Savater no defraudó a sus numerosos admiradores y admiradoras sino que, tras ajustarse sus gafas de gruesas patillas se acerco al micrófono y disparó la primera andanada:

--Antes de empezar quisiera preguntar una cosa: ¿hay alguien aquí que se sienta atraído por la obra de John Ronald Ruelen Tolkien?- Su interrogante fue seguido por un rugido sobrecogedor: -¡¡SÍ!!

--Estupendo -se felicitó- porque de eso va tratar mi primera conferencia de hoy.

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UAN, IX Edad