Panolio Matojo

Panolio Matojo nació en Alforzaburgo, en el seno de una familia. Su infancia transcurrió entre pastelillos de frambuesa y tartas de queso. En el invierno que cumplió sus doce años se resfrió un poco y pasó dos días en cama guardando reposo.

Apenas cumplidos treinta y cuatro años, Panolio se perdió en el monte buscando orégano y fue a aparecer en las afueras de Cepeda, donde conoció a Margarita Aguaverde, una estupenda muchacha, limpia, ordenada y de buena familia. Como el abuelo materno de Margarita había sido cordelero y había tratado una vez con un vinatero de Bree llamado Enmengardo que tenía un primo que había estado una vez de paso en Alforzaburgo, Panolio y Margarita enseguida se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Ya estaban a punto de casarse cuando el padre de Margarita recordó un antiguo y desagradable episodio familiar: un tío abuelo de Panolio le había pisado un pié a uno de los mejores amigos del consuegro del bisabuelo de Margarita durante el Baile Anual de la Cerveza. Por tanto, el matrimonio era algo impensable. Pero ellos estaban decididos y nada les iba a impedir dar rienda suelta a sus sentimientos, así que se vieron obligados a huír: Panolio regresó a Alforzaburgo y Margarita se fue a casa de una prima en Tejonera.

A punto de cumplir cuarenta y siete, Panolio conoció por casualidad a Cordelia Gravilla, de la rama de los Gravilla de Delagua que se trasladó a Cavada Grande durante la Gran Hambruna de Ciruelas. Dado que lucían un color de pelo bastante similar y ningún antepasado de él había tenido un mal encuentro con ningún antepasado de ella, esto fue suficiente para que acabasen casándose. Al poco tiempo, demasiado poco tiempo según la opinión de los padres de Cordelia, nació Onésimo, su primogénito, que, por otra parte, ya que nacía, era obvio que fuese el primogénito. Más tarde vendrían Anésimo, Inésimo y, por último, Enésimo; cuatro chicos que alegrarían la vejez de sus padres, no sin antes haberles amargado la vida adulta.

Ya que tenía una familia que mantener, Panolio se buscó un oficio. Como no sabía hacer nada en concreto, se hizo catador de tartas de manzana, pero acabó dejándolo cuando las manzanas le empezaron a dar alergia. Luego intentó ser catador de pastelillos de frambuesa, pero también lo dejó porque, como le gustaban tanto, sufría de continuos empachos. Finalmente, ya que Cordelia poseía unos pequeños terrenos a las afueras de Cavada Grande, decidieron que plantarían unos avellanos y Panolio se encargaría de su cuidado. Así, todos los días, después del desayuno, Panolio, con un hatillo donde llevaba un refrigerio de nada para tomarse a media mañana, se dirigía a su plantación, donde se pasaba un buen rato observando los diecisiete avellanos que allí había, principalmente comprobando si habían crecido algo desde el día anterior. Luego solía sentarse a la sombra de un abedul, se comía docena y media de pastelillos de frambuesa y se quedaba dormido hasta la hora de comer, regresando a casa justo a tiempo para encontrarse el plato de guiso de conejo encima de la mesa. Por la tarde, después de la siesta y la posterior merienda, se acercaba hasta 'La trucha con limón' a tomarse una cerveza con los amigos y a charlar un rato, volviendo a casa para cenar, acostarse pronto y descansar de tan ajetreada jornada. Y así durante treinta y ocho años más.

Panolio ha llegado a ser, por meritos propios, un hobbit digno de estudio.

Cátedra de Hobbitsofía

 
UAN, IX Edad